Cuando hablamos de Indefensión Aprendida nos referimos a la sensación subjetiva
de que, hagamos lo que hagamos, no vamos a ser capaces de influir sobre nuestro
entorno, de que no está a nuestro alcance cambiar las cosas negativas que nos
ocurren y que tanto daño nos están causando. Afrontamos la vida entonces con
pasividad y resignación, dejándonos sufrir con los brazos caídos y la cabeza gacha
y los húmedos ojos apagados. ¿Para qué, si no sé hacer nada? ¿Para qué, si no
soy capaz de nada?
Esta sensación no nos alcanza de un día
para otro, sin motivo y por sorpresa. Como su propio nombre indica, se va
construyendo día a día, es fruto de un proceso de aprendizaje que dura mucho
tiempo y en cuyo origen podemos encontrar un sinfín de circunstancias negativas
que pueden o no coincidir en el mismo saco. Entre ellas podemos destacar:
- Crecer en un entorno autoritario en el que nuestra opinión jamás era pedida ni tenida en cuenta.
- Haber empezado a socializarnos en un entorno de sobreprotección en el que jamás tuvimos la posibilidad de tomar decisiones ni de fallar para aprender y corregir.
- Haber desarrollado una muy baja autoestima a partir de mensajes de desprecio, de burla, de incapacidad o de inutilidad.
- Historial de fracasos repetidos y malas
experiencias de afrontamiento.
No resulta sencillo superar esta forma
de afrontar la vida sin motivación, sin ganas y sin ilusiones, y se convierte en
algo especialmente difícil cuando nos referimos a personas que han sido
tratadas durante gran parte de su existencia como enfermas, débiles e
incapaces, pero en PRISMA luchamos día a día para convertirnos en aurigas de
nuestras propias vidas.
Aspectos como aceptar, comprender, intentar, atrever, asumir,
querer, afrontar, merecer o conseguir son claves para poder esbozar con propiedad
y con una sonrisa términos como empoderar o resiliencia.
Comentarios
Publicar un comentario